Un colegio es una estructura de relaciones jerárquicas. Lo
digo así, sin consultar la legislación, pero se me ocurre que ha de ser así
para que el aprendizaje adquiera sentido. La jerarquía que va desde la
dirección del centro educativo hasta los alumnos más pequeños es importante para
mantener la distancia necesaria y que haya un aprendizaje significativo.
Y es que una cosa es lo que se enseña, es decir, lo que los
profesores transmiten de manera cuasi mecánica y que está prescrito en el
currículo, y otra muy distinta lo que el niño aprende. En la mayoría de los
casos, lo que se aprende va muchísimo más allá de lo que se enseña.
Los alumnos aprenden de sus profesores la amabilidad en el
trato, el respeto a la autoridad, el esfuerzo recompensado, el uso correcto de
las palabras…, pero también aprenden a ser cuidadosos con su entorno, a cuidar
el detalle (porque desde luego no es lo mismo un cuaderno escrito con mimo y
esmero a uno en el que los tachones están por todas partes). Se aprenden las
reglas básicas de convivencia con otros niños; se aprende a dialogar, a jugar
respetando. Este conocimiento proviene de la observación del entorno escolar.
Digamos que son los maestros los que enseñan, pero que todos aprenden de todos:
los alumnos, de los docentes; los niños de infantil, de los mayorcitos…
Y mientras todo esto
ocurre, a los niños, además, se les enseña a sumar, a escribir con propiedad, a
hablar otro idioma… Es una lástima que cuando valoramos un centro educativo nos
fijemos exclusivamente en la enseñanza de las materias y dejemos a un lado ese
otro aspecto mucho más sutil, pero más vital y necesario para la convivencia en
sociedad.