He de admitir que tengo debilidad por
un filósofo contemporáneo: José Antonio Marina. Hoy en día, es
todo un referente en el mundo educativo. Su filosofía cargada de
optimismo, irradia una templanza contagiosa y nos incita a
conciliarnos con nosotros mismos, pero también con los otros (con
nuestras parejas, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros
jefes...), porque piensa que la inteligencia compartida debe
-debería- funcionar en nuestro entorno: “Igual que tenemos muchos
procedimientos para desarrollar la inteligencia individual, lo que
hay que ver es cómo desarrollar la inteligencia compartida, pues es
en ella donde se funda la convivencia social” 1
La inteligencia compartida, por tanto, es aquella que se pone en
funcionamiento cuando las personas interactuamos, porque según él,
cuando estamos en compañía (cuando dialogamos en compañía), somos
más ocurrentes y llegamos a soluciones más eficientes.
Hace unos días, hablaba de la falta de
entusiasmo entre el profesorado en la escuela a raíz de la lectura
de una carta al director de un estudiante aparecida en El País2:
“Estudiantes que estudian por estudiar y profesores a los que no
les queda otra que enseñar por enseñar en un sistema educativo
caótico. El pilar de la sociedad del mañana ya no enseña valores,
ni siquiera a pensar y aquello por lo que tanto lucharon en su tiempo
poco parece que nos importe.” A esto añadiría yo, para ser
justos, que también hay padres que educan por educar. Y así, unos
por otros, acabamos sumidos en un individualismo delirante.
¿Cómo superar este individualismo,
pues? Pues tomando conciencia de nuestro puesto en la escuela, de que
somos una comunidad educativa formada por profesores, familias y
alumnos, y de que todos debemos tener los mismos objetivos. Marina
habla del “clima de entusiasmo educativo” cuando se refiere a que
todos los que forman parte de la vida de un centro deben sentirse, de
verdad, parte de él, desde los “conserjes, secretaria, el chófer
del autobús y hasta el encargado de la cafetería o el comedor.
Fomentar la conciencia de un trabajo compartido es fundamental.”
Superar esa falta de entusiasmo de la
comunidad educativa (incluidos los padres), ese clima de rancia rutina y resistencia al
cambio pasa por superar ese individualismo que hace irrespirable el
aire de un centro educativo. Quizás si todos (profesores, familias y
alumnos) pudiéramos ejercitar esa inteligencia compartida más a
menudo mediante, por ejemplo, días de convivencia, apertura de
canales de comunicación (aprovechando las nuevas tecnologías) no
tendríamos la sensación de estar aislados, de viajar en trenes que
van en distintas direcciones.
1http://filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/idpag.6314/cat.4212/chk.cf75ef680b1828900e44d1d0801c9509.html
2http://elpais.com/elpais/2014/05/12/opinion/1399914295_771758.html