martes, 13 de mayo de 2014

El entusiasmo en la escuela.

Se acerca el final del curso académico. Como quien dice, está a la vuelta de la esquina. Ahora empiezan los últimos exámenes, los últimos trabajos, los últimos cuadernos que quedarán con hojas en blanco, los últimos juegos..., y la última fiesta, la de fin de curso, aquella que celebra con entusiasmo el paso de otro eslabón, que recompensa el esfuerzo de la comunidad educativa. Es como decir, “celebremos lo que hemos conseguido, porque el curso que viene ya no seremos los mismos”. Un verano obra maravillas en la personalidad (y en la biología) de nuestros pequeños. Por eso el próximo septiembre serán otros los alumnos que aparezcan en la puerta del aula. Y aunque sepamos que son ellos, en el fondo, sabremos que han cambiado.

Por eso la importancia de la fiesta de fin de curso. Porque de alguna manera, cada año es la última fiesta que celebraremos con cada uno de los grupos.

En mis días de colegio, recuerdo el revuelo creciente que esta fiesta causaba en el centro. Era como si de repente no importaran los exámenes.  Bueno, digamos que parecía que no importasen tanto. Y había un objetivo clarísimo para los alumnos y para el profesorado: demostrar ante los padres cuánto valíamos, lo bien que cantábamos, bailábamos o interpretábamos un papel.

No sé si con el pasar de los años mi percepción de los hechos me engaña, pero no recuerdo nunca a ninguna de mis maestras quejarse sobre el sobreesfuerzo que supone preparar a los alumnos para el gran día. Muy al contrario. ¿Sabéis lo que de verdad recuerdo? El entusiasmo. Esta palabra proviene del griego, en-theos (dios), es decir, poseído por un dios. Pero theos (dios) también significa algo así como lo enérgico. Por lo tanto el entusiasmo es aquella fuerza o pasión que sentimos desde dentro, es ese arrebato inexplicable que nos conmueve, es esa energía que puede ser tan contagiosa y contra la que no hay medicina preventiva que valga.
Es este entusiasmo el que echo en falta entre el profesorado hoy en día. Los recortes en educación y la implantación de la LOMCE  parecen haber hecho mella en las aulas de una manera mucho más profunda de lo que imaginamos. Quizás aquellos hombres grises de Momo estén invadiendo la enseñanza con sus relojes y su rutina, y de repente todo pueda tener su valor económico, todo pueda ser reducido a números.

Señores profesores, entiendo que escaseen los recursos materiales, y, claro está, entiendo su disgusto al respecto. Pero permítanme que levante la mano, porque no entiendo una escuela en la que no se contagie el entusiasmo por aprender a vivir de manera plena, más allá de los libros. Las fiestas, las salidas a museos, teatros y demás excursiones, deben formar parte de la vida de un centro, pero no como un mero trámite, sino de verdad, vividas desde dentro, con entusiasmo.

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